Carta a Carlos Marx


El marxismo es al mismo tiempo la voz y el brazo de la historia. Es la historia consciente de sí misma y de su fuerza social transformadora. No se contenta con explicar el mundo, sino que aspira a transformarlo. Es al mismo tiempo una esperanza y un mandato.


Eduardo González Viaña
Mariátegui
01/05/18

-Mamá, ¿estás segura de que estamos en el lugar correcto?- le preguntó un niño de 10 años llamado Manuel a su madre.

Maureen J. Dolan, una socióloga norteamericana, se había casado con el padre de Manuel en Chile. Ambos compartían ideas socialistas y por eso tuvieron que huir de la represión carnicera de Pinochet y pasar a la Argentina. Lo mismo les ocurrió allí y también se fueron. Por fin, llegaron a Nicaragua y trabajaron juntos por las grandes metas que proponía el gobierno sandinista.

En la Nicaragua revolucionaria, Manuel era un pequeño pionero y, junto a sus compañeros de escuela, participó en grandes movimientos de masas. Lamentablemente, en 1990, presenciaría dos acontecimientos: la derrota del sandinismo en las urnas electorales y la separación de sus padres.

En los Estados Unidos, el pequeño acompañó su madre en sus estudios doctorales y después en Western, la universidad de Oregon, donde ella ganó con honores, su puesto académico de catedrática de marxismo.

Allí, Manuel escuchó su madre dar conferencias en las que denunciaba las injusticias del sistema cometía contra los trabajadores inmigrantes así como el desigual trato hacia las mujeres. Y por eso, harto de tantas derrotas, insistió en su pregunta:

-Mamá ¿estás segura de que estamos en el lugar correcto? Ella respondió:
-Tal vez, no, hijito. Quienes creemos en la justicia, no siempre estamos en el mejor de los lugares. Pero siempre estamos en el lugar de la esperanza.

A lo largo de mi vida, me he encontrado con muchas personas que, como ella, guardaban toda la vida una secreta esperanza. –“Todo puede ocurrir y ocurre, me decían, pero nadie nos quita la verdad de que el mundo un día será socialista.”

Me lo aseguraron compañeros que habían sido testigos del asedio y la caída de algunos regímenes socialistas. Me lo dijeron personas que habían salido o sufrían cárcel por razón de sus ideas. Ellos sabían y saben que su padecimiento forma y formará parte de nuestro carácter y de la gratitud de la gente que vendrá. Lo proclamaban personas que, por su fe generosa, habían perdido todo, la libertad, los sueños individuales y acaso una buena porción de su felicidad, pero no la esperanza

Y por fin me lo dijo con una mirada, a sólo horas de irse de este mundo, mi amiga Diana Ávila. Durante toda la tarde a su lado, junto su lecho de enferma, habíamos estado escuchando un repertorio de música de la guerra civil española. Al final, cuando serían acaso las seis, el Youtube nos dejó escuchar “La Internacional”, Y yo, sin poder contenerme, le dije: “Te juro, te juro, que un día el mundo será socialista.” Entonces, mi amiga me dijo con una sonrisa y un apretón de manos que estaba de acuerdo. Algunas horas más tarde, el cáncer se la llevó, pero no logró cargar ni su amor ni su esperanza.

¿Qué época, que hombres, que sueños produjeron esa fe maravillosa? ¿Qué clase de hombre la pensó primero? ¿A qué filósofo, historiador o poeta se le ocurrió la idea de inventar la esperanza?

Se llamaba Carlos Marx y es el más joven de los grandes profetas judíos.
Nacido en Tréveris hace 200 años, este profeta descubrió que la historia no es producto de hechos fortuitos ni la hacen los dioses detrás de las nubes. Los seres humanos construyen y pueden dirigir su propio futuro. Y esa es la gran tarea y la primera esperanza: construir una historia en el que como dice la Internacional “ni pobres ni ricos habrá. El mundo será el paraíso de toda la humanidad.”

El marxismo es al mismo tiempo la voz y el brazo de la historia. Es la historia consciente de sí misma y de su fuerza social transformadora. No se contenta con explicar el mundo, sino que aspira a transformarlo. Es al mismo tiempo una esperanza y un mandato.

¿Y cuál es la ética que acompaña a esta profecía? A diferencia del capitalismo que ve en cada ser humano una mercancía, el marxista defiende, la calidad de hombre, intrínseco a todo ser racional. «El hombre no tiene ‘precio’-proclama - El hombre tiene ‘dignidad’».

Ese profeta eres tú, Carlos Marx. Y no importa cuándo se cumpla todo lo que anunciaste, aunque mucho se ha hecho en estos dos siglos. Tal vez solamente sean los hijos de los hijos de la hija de Manuel quienes conozcan la nueva historia, pero en la lucha, los hombres nos haremos más hombres en tanto perseveremos en la fe y en la esperanza.

Y yo por mi parte, gracias a ti, Carlos Marx, he de continuar viviendo y reviviendo aquella tarde en que mi amiga antes de irse para siempre confirmó con una sonrisa y un apretón de manos que, tarde o temprano, uno de estos días, el mundo será socialista.

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